La pelota vasca levantó ampollas. En la puerta de la gala de los Goya en la que era candidata como mejor documental, se agolparon unos cuantos simpatizantes y miembros de ANV repartiendo pegatinas en contra de Medem, al que llamaban, sin ningún tipo de escrúpulo, terrorista. Pero no sólo a él, también se lo llamaron a todos aquellos que se negaron a ponerse en contra del director vasco y decorar sus trajes y vestidos con las dichosas pegatinas. Estaba reciente la histórica ceremonia del “no a la guerra”, y la asociación pretendía que ese año los premiados reivindicasen el no al ETA al recoger sus premios y en su paseo por la alfombra (verde). Pero lo hicieron de una manera poco educada y sin respetar el derecho a la forma de expresión de cada uno.
Parece ser que tras el polémico documental, Medem pretendía hacer una ficción también sobre el tema del terrorismo, concretamente sobre el terrorismo de ETA, un tema que le toca muy de cerca teniendo en cuenta su lugar de origen. Sin embargo, tras ser enviado a la hoguera en esa gala de los Goya, pasó cuatro años de improductividad hasta que reapareció en los cines, hace bien poco, con Caótica Ana. En este filme, se atrevió de nuevo a entrar en política con (mucha) más pena que gloria, pero esta vez con la norteamericana, la de Bush. Tras la quema pública, no se atrevió con el tema vasco. Seguramente, una pena.
Hoy leo en “El País”: “Jaime Rosales, en el bosque de ETA. El director de La soledad lleva al cine el último atentado de la banda en Capbreton”. No puedo evitar leer el artículo completo. Desde esa otra gala de los Goya en la que se consideró que su película era la mejor del 2007, no puedo evitar leer todo lo publicado relacionado con Rosales. Me pasa igual que a mi padre cuando pone la COPE por las mañanas. Se llama morbo.
Jaime Rosales se ha convertido en alguien intocable en tiempo récord, en uno de los respetados. Y por eso puede hacer una peli sobre ETA sin que se le cuestione. O por lo menos, eso es lo que parece. Y eso, en parte, puede ser porque Rosales está empeñado en “contar” (por decirlo de alguna manera) historias terribles sin mojarse, desde lejos. No pasa nada, es una opción tan respetable como otra cualquiera, una forma de representar tan válida como la elegida por otros cineastas de lo social como Loach. Lo que me molesta de Rosales es otra cosa.
Sigo leyendo: “En Un tiro en la cabeza todo está rodado con teleobjetivos, de lejos, y no se escuchan los diálogos”. Ah genial, parece que nos vamos a enterar de todo. Pero los críticos se empeñan en alabar a este hombre haga lo que haga. El autor del artículo dice lo siguiente: “Esta apuesta por una película en la que los personajes charlan, pero en la que el espectador no oye lo que dicen -una opción tan arriesgada como la polivisión que desarrolló en La soledad-, refleja la manera de pensar de Jaime Rosales”. Claro, una apuesta arriesgada por no decir una mamarrachada. Tan mamarrachada como llamar polivisón a la pantalla partida como si de un recurso inventado por Rosales se tratase. El director justifica su incursión en el cine mudo diciendo: “Que no haya sonido te permite radiografiar la psicología. Nunca se ha filmado así: Un tiro en la cabeza va a ser importante". Él es un visionario.
Sigo con el artículo y parece que a Rosales le ha convencido la fórmula de La soledad. Sí, es muy arriesgado utilizar el mismo recurso formal que ya vimos en la peli con la que te han premiado hasta la saciedad. El prota es uno de los etarras, del que presenciaremos (porque yo esto no me lo pierdo, es lo que tiene el morbo) su día a día, de nuevo la cotidianidad obsesiva del director: "Este etarra va a la oficina, se encuentra en el parque con su hermana y su sobrino, que en una fiesta liga con una chica... Una cosa muy cotidiana, en la que un día monta en un coche con dos tipos más con los que va a una cafetería y allí desayuna, y de repente (a lo largo de los últimos 20 minutos del metraje) se cruza con los dos policías”. Que conste que como digo una cosa, digo la otra, y lo cierto es que (algo positivo tendré que decir) me parece acertado el hecho de que no se presente al terrorista como un ser sanguinario y sin miramientos, como El Malo.
Medem pretendió ser lo más objetivo posible recogiendo declaraciones de uno y otro bando (tanto de víctimas, aunque un buen número de ellas se negaron a aparecer en La pelota vasca, como de mujeres de presos etarras y demás), pero fue castigado. Veremos qué pasa con la objetividad de la que hace alarde Rosales.
Parece ser que tras el polémico documental, Medem pretendía hacer una ficción también sobre el tema del terrorismo, concretamente sobre el terrorismo de ETA, un tema que le toca muy de cerca teniendo en cuenta su lugar de origen. Sin embargo, tras ser enviado a la hoguera en esa gala de los Goya, pasó cuatro años de improductividad hasta que reapareció en los cines, hace bien poco, con Caótica Ana. En este filme, se atrevió de nuevo a entrar en política con (mucha) más pena que gloria, pero esta vez con la norteamericana, la de Bush. Tras la quema pública, no se atrevió con el tema vasco. Seguramente, una pena.
Hoy leo en “El País”: “Jaime Rosales, en el bosque de ETA. El director de La soledad lleva al cine el último atentado de la banda en Capbreton”. No puedo evitar leer el artículo completo. Desde esa otra gala de los Goya en la que se consideró que su película era la mejor del 2007, no puedo evitar leer todo lo publicado relacionado con Rosales. Me pasa igual que a mi padre cuando pone la COPE por las mañanas. Se llama morbo.
Jaime Rosales se ha convertido en alguien intocable en tiempo récord, en uno de los respetados. Y por eso puede hacer una peli sobre ETA sin que se le cuestione. O por lo menos, eso es lo que parece. Y eso, en parte, puede ser porque Rosales está empeñado en “contar” (por decirlo de alguna manera) historias terribles sin mojarse, desde lejos. No pasa nada, es una opción tan respetable como otra cualquiera, una forma de representar tan válida como la elegida por otros cineastas de lo social como Loach. Lo que me molesta de Rosales es otra cosa.
Sigo leyendo: “En Un tiro en la cabeza todo está rodado con teleobjetivos, de lejos, y no se escuchan los diálogos”. Ah genial, parece que nos vamos a enterar de todo. Pero los críticos se empeñan en alabar a este hombre haga lo que haga. El autor del artículo dice lo siguiente: “Esta apuesta por una película en la que los personajes charlan, pero en la que el espectador no oye lo que dicen -una opción tan arriesgada como la polivisión que desarrolló en La soledad-, refleja la manera de pensar de Jaime Rosales”. Claro, una apuesta arriesgada por no decir una mamarrachada. Tan mamarrachada como llamar polivisón a la pantalla partida como si de un recurso inventado por Rosales se tratase. El director justifica su incursión en el cine mudo diciendo: “Que no haya sonido te permite radiografiar la psicología. Nunca se ha filmado así: Un tiro en la cabeza va a ser importante". Él es un visionario.
Sigo con el artículo y parece que a Rosales le ha convencido la fórmula de La soledad. Sí, es muy arriesgado utilizar el mismo recurso formal que ya vimos en la peli con la que te han premiado hasta la saciedad. El prota es uno de los etarras, del que presenciaremos (porque yo esto no me lo pierdo, es lo que tiene el morbo) su día a día, de nuevo la cotidianidad obsesiva del director: "Este etarra va a la oficina, se encuentra en el parque con su hermana y su sobrino, que en una fiesta liga con una chica... Una cosa muy cotidiana, en la que un día monta en un coche con dos tipos más con los que va a una cafetería y allí desayuna, y de repente (a lo largo de los últimos 20 minutos del metraje) se cruza con los dos policías”. Que conste que como digo una cosa, digo la otra, y lo cierto es que (algo positivo tendré que decir) me parece acertado el hecho de que no se presente al terrorista como un ser sanguinario y sin miramientos, como El Malo.
Medem pretendió ser lo más objetivo posible recogiendo declaraciones de uno y otro bando (tanto de víctimas, aunque un buen número de ellas se negaron a aparecer en La pelota vasca, como de mujeres de presos etarras y demás), pero fue castigado. Veremos qué pasa con la objetividad de la que hace alarde Rosales.